Improvisación
como convivencia,
como
okupación
29 - 31 /07/2011 INTRUSIÓN A UN SITIO, EN UN TIEMPO
(cita:13:00, Puerta Hotel Arrate, Ego gain, 5, 20600 Eibar, Gipuzkoa)
Un grupo de personas diversas convocan una reunión, determinan un sitio y una hora. Se encuentran. Cada una trae consigo las cosas que piensa necesitar. La apertura de acción es grande. Hablan y llegan a acuerdos, discuten. Tienen que gestionar ese tiempo en común en busca de libertad. Toman un sitio, lo hacen suyo, precariamente suyo. ¿Qué potencial tiene ese encuentro, ese tiempo vivido en común? Tienen que tomar decisiones y tratar de crear un espacio colectivo, no exento de disensos. Al margen del espacio físico que lleguen a encontrar (que podrían no llegar a encontrar) hay primero un espacio social que tienen que construir a unos niveles muy básicos. Muchos de los problemas vienen directamente de ahí. ¿Cuanto pueden aguantar? ¿Qué pueden llegar a hacer? ¿Cuánto del potencial de la acción reside en la capacidad misma de reunión e incertidumbre? ¿Con qué quedarían incluso si se de diera el caso de que no hicieran nada más que estar en esa situación anormal? ¿Cuántas situaciones puede contener la situación global? ¿Qué es lo que dará sus grados de intensidad?
plantas que crecen en azoteas inundadas
abandonadas
límites
bordes
estratos
El encuentro ocurre, los días y las horas previas se hacen inquietantes. No sabemos si vendrá alguien o estaremos dos personas solas. Desde el momento en que tomamos la decisión de que pase lo que pase estaremos al menos dos ya tenemos la certeza de que “algo” va a ocurrir. Ese momento de compromiso es crucial para nosotrxs, nos da fuerza. Recibimos algunos e-mails de personas interesadas, pero ninguna confirmación definitiva. No importa, sabemos que algo va a pasar desde el momento en que hemos tomado ese compromiso básico. Algunas llamadas preguntando cómo llegar al lugar que hemos fijado tan sólo tres días antes. Sabemos de un espacio al que podríamos entrar sin demasiados problemas. El sentimiento de incertidumbre es grande y esa tensión nos anima. Llega el día, la hora, y nos encontramos finalmente cinco personas. Más que suficiente. Todo se graba.
bandadas de niños descamisados y manos sucias
como en la interzona de William S. Burroughs
destripan los restos de entrañas industriales
para construir cabañas a escala 2:1
Nos acercamos a la fábrica pero alguien ha cerrado la ventana por la que pretendíamos entrar. Nos dividimos e intentamos acceder por una de las plantas bajas a las que se llega destrepando (el acceso original estaba en el tejado al que se llega desde una carretera). Después de una pelea con el terreno (zarzas, clavos, saltos) conseguimos entrar. Pero no es fácil, se nos ve desde unas viviendas cercanas y además no todo el mundo podría entrar, se necesita bastante agilidad. Volvemos a juntarnos con el grupo y discutimos qué hacer. Decidimos pasar la tarde en algún sitio apartado mientras pensamos mejor y discutimos posibilidades. Encontramos un sitio apartado bajo la autopista A-8 (Bilbao-Donosti), comemos algo allí, y todo el tiempo nos amenaza la incertidumbre de si podremos finalmente entrar al sitio antes de que anochezca. Empezamos a pensar que, tal vez, tengamos que pasar la noche al raso. Entrada la tarde dejamos a uno de los cinco en la estación de autobuses. Tiene que volver a casa y no puede dormir con nosotrxs. De camino compramos una cuerda (para poder pasar con más facilidad por un tramo de gran pendiente) y algo de comer. Volvemos a la fábrica.
arquitectura vital, inmanente, poéticamente precaria
que no aparece en el catálogo verde de Technocasa
sin hipoteca ni catastro ni ostias
donde conspirar y leer cómics
o simplemente un sitio donde ir.
cuando hacíamos novillos en el colegio
robábamos paquetes de cigarros Ducados a obreros
y encontrábamos ocultas revistas porno manchadas de semen.
la fábrica también nos servía para guardar nuestros sprays
graffiteábamos e invocábamos conjuros en la paredes
marcar, mapear lo inmapeable invisiblemente
dejar señas para lxs otrxs como tú
influir en hechos futuros
Mientras preparamos la cuerda, cerca del acceso, vemos en otra fábrica a lo lejos unos chavales subidos a la azotea haciendo graffiti. Decidimos entonces acercarnos porque, si ellos han podido entrar, nosotrxs también podremos. Cuando llegamos a la puerta está anocheciendo, y justo los chavales salen por una gran puerta de metal elevada desde la que se baja por unas escaleras taladradas a la pared. Les preguntamos por la fábrica, nos dicen que el acceso es fácil y que suelen acercarse bastante. Entramos rápido y cerramos la puerta. Está en unas condiciones realmente decadentes, todo lleno de escombros, cristales rotos, piedras... Todas las ventanas de la fábrica están rotas y hay una corriente constante. La exploramos un poco y lo primero que nos preocupa es la salubridad. El aire está cargado a pesar de la ventilación, la atmósfera está muy viciada. Subimos por las escaleras hasta la cuarta planta y, de allí, a la cabina que en la azotea aloja el motor del ascensor y da acceso al tejado. Hay una puerta por la que entra aire, el rellano final de la escalera no está tan sucio como el resto del espacio. Decidimos que es el mejor sitio para pasar al menos la primera noche. Volvemos a una tienda a por escobas y velas. De camino, recogemos a otra persona que nos ha llamado y se suma a pasar la noche. Limpiamos entonces como mejor podemos el rellano, de unos cinco metros cuadrados. Dejamos abierta la puerta para ventilar el aire. Una vez diseñado y limpiado el espacio preparamos una especie de cena fría.
Bebemos algo, empezamos a sentirnos más cómodos, más relajados. El vino y la conversación nos llevan como si fueran música a una situación nueva. Los coches constantemente pasando por la A-8, en la cual hay cada vez menos controles policiales. La arquitectura modernista en la España franquista es muy peculiar ya que Franco quiso quedarse solo con lo práctico y funcional de este tipo de arquitectura y dejar de lado la ideología progresista del modernismo. La fuerte estructura de la fábrica nos recuerda a este tipo de arquitectura modernista y también a una gran Euskadi que ha pasado por momentos industriales gloriosos. Eibar es un lugar especial en este sentido. Famosa por su industria armamentística desde el siglo XVI, Eibar pese a su pequeño tamaño, ha sido una ciudad clave para el desarrollo de la cultura y de la economía en Euskal Herria. En algunos momentos incluso superando a Donostia-San Sebastián. La arquitectura de aquí es una de las pocas que puede combinar viviendas con talleres de trabajo en un mismo edificio.
Hace ya tiempo que la globalización se ha encargado de trasladar este tipo de producción industrial a otros lugares del mundo donde la calidad de vida no es tan alta, donde la mano de obra es más barata y, por tanto, genera mayores beneficios a los inversores capitalistas. Por unos años, en Euskadi parecía que la cultura podría remplazar a la industria y convertirse en un motor económico. En estos momentos de crisis parece que la cultura no produce el suficiente valor necesario. Y es por eso que se está prescindiendo de las instituciones que la promueven. Estamos en el 2011 y las instituciones culturales están sufriendo grandes recortes a nivel mundial. Sobre todo en el Reino Unido y Holanda. Pero aquí también tenemos nuestros propios casos como el centro cultural Montehermoso en Vitoria, al que acaban de cortar de golpe todo el presupuesto anual. Y no sólo sufren las grandes instituciones. Esta semana el gaztetxe de Kukutza en el barrio bilbaíno de Rekalde (otra gran nave industrial que se convirtió en el centro social y cultural okupado más grande del mundo) ha sido evacuado y destruido. ¿A qué intereses estará haciendo un favor el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna? La pregunta es obviamente retórica. Vivimos tiempos difíciles.
Está claro, necesitamos buscar-crear nuestras propias infraestructuras, por muy precarias que estas sean. Muchas cosas pueden ocurrir si hacemos que ocurran. Gastamos el mínimo de dinero posible. No necesitamos de gran ayuda, tan sólo Internet para promover el encuentro y, una vez que estamos allí, a nosotrxs mismxs. Nuestros cuerpos. No hay electricidad y tampoco la necesitamos. Los móviles se van quedando sin baterías. La escucha se agudiza, hablamos bajo, estamos haciendo poco a poco el lugar nuestro, nuestro escenario, nuestra habitación, nuestro dormitorio. Tiempos compartidos.
caminamos en la azotea en fila india
reborde de hormigón que conduce a una
torre de alta tensión pasto de los gitanos chatarreros
el cartel de peligro descolorido cuelga
aún de la tela metálica
más tarde escogeré este lugar para evacuar mis intestinos
la primera impresión al despertar fue la imagen
de un ex-mueble cubierto de fractales de polvo, nidos de insectos,
la nada y el tiempo recubría todo de magia abyecta
tenía que salir de allí, encontrar una fuente y lavarme
sentirme de nuevo humano y claro
Es ya totalmente de noche, salimos a la azotea. Está inundada y llena de vegetación. Entre medias, hay unas estrechísimas pasarelas de hormigón por las que caminamos en fila india. Nos quedamos allí de pie, viendo la ciudad de Eibar a lo lejos y, más cerca, sobre nuestras cabezas, la autopista Bilbao-Donosti con un tráfico constante y rítmico, como un drone ambiental. Nos vamos a dormir. Pasamos la primera noche, que es la más intensa de las dos. Los ruidos alternándose con un silencio brutal, dos murciélagos que entran y no pueden salir, sobrevuelan las cabezas casi toda la noche, como en el grabado de Goya. Dormimos a ratos, nos despertamos con los sonidos del viento moviendo cosas en la fábrica, nos dormimos a ratos profundamente. Tenemos la sensación todo el tiempo de que cualquiera puede acceder a la fábrica, igual que nosotrxs lo hemos hecho. Fantaseamos sobre un posible encuentro con alguien a esas horas en ese lugar. ¿Qué relación se establecería? ¿Quién tendría más miedo? ¿Quién se sentiría más vulnerable?
Todos se graba: ¿Documento de un concierto? ¿Grabación de campo? Un amigo me habla de la hauntología derridiana: algo que está y no está, que nos persigue como el espectro comunista de Marx que aparece en la Europa del siglo XIX. Como si el pasado se colapsara en el presente, cuando la historia ya no existe, cuando es el final de la historia. Hay gente que hace grabaciones de campo en espacios abandonados intentando representar de manera sonora la hauntología. Alguien tira sin darse cuenta una botella de agua de cinco litros con el pie mientras esta durmiendo, cae cuatro pisos y retumba en todo el edificio. Nos despertamos todxs diciendo: ¡hay alguien!
Nosotrxs no creemos en fantasmas y esta no es una grabación neutral, estamos allí y estamos presentes. Hay veces en que somos conscientes de que estamos grabando y otras se nos olvida. Horas y horas de audio-duración como ruido. Lo interesante de estas conversaciones es que, por un lado, se pueden entender como una improvisación como otra cualquiera, en la cual uno produce un sonido y otra persona responde y, por otro lado, como un documento de unas inquietudes específicas en unos momentos muy concretos en los cuales la gente cada vez más esta diciendo: ¡a la mierda el neoliberalismo!
Al utilizar las conversaciones como material de improvisación, dificultamos la fetichización de los sonidos, ya que la conceptualización del lenguaje hace que unx no pueda tratar los sonidos como si fuesen material o texturas únicamente sonoras y abstractas. Unx no puede despegar el significado de su calidad sonora (a no ser que no entienda nada). Unx tiene que reflexionar más allá del carácter estético del sonido. Los sonidos, especialmente en este caso, no pueden ser aislados de su contexto. Vivimos en unos momentos en el que el lenguaje y nuestra capacidad de pensamiento se han convertido en herramientas de trabajo para generar valor: nosotrxs, al grabar nuestras conversaciones, más tarde podemos diseccionar y analizar el lenguaje para ayudarnos a recapacitar sobre nuestra capacidad de agenciamiento y el significado de la libertad hoy en día. El espectro comunista se hace cada vez más presente y algunxs de nosotrxs lo queremos hacer llegar a toda costa. Por el suelo hay fichas de seguros de cada uno de los trabajadores con pequeñas radiografías de sus pulmones. ¿Cuántos trabajadores habrán sufrido las consecuencias de trabajar aquí durante tantos años?
la segunda impresión emergía
de estos hilos de nada
lo abyecto se había evaporado en nuestra mente
cierta belleza oculta y un murciélago
nos habíamos convertidos
en auténticos mubles
Por la mañana algunos sienten picor en la piel, nos sigue preocupando la salubridad: hablamos como unos hipocondríacos de sarna y piojos. A primera hora, oímos ruidos dentro de la fábrica, alguien ha entrado y golpea cosas fuertemente. Empezamos entonces a darnos cuenta de que la fábrica tiene sus habitantes, su vida cotidiana social y discreta: un chatarrero que va a recoger chatarra, unos niños del vecindario que entran a por materiales para construir una caseta, los graffiteros, etc. ¿Cómo se relacionan entre ellos estos distintos personajes? ¿Cómo es su interacción en un espacio como este? La fuerza y la intensidad de los sonidos están todo el tiempo muy presente, tanto o más que en un concierto al que atiendes respetuosamente. Con la diferencia de que, aquí, los sonidos no simplemente suenan, sino que señalan, informan, asustan, alivian... porque nos sentimos como haciendo algo que se supone que no se hace. De pronto, nos hemos convertido en un habitante más de ese espacio extraño y marginal en el que las experiencias se amplifican. Seguimos escuchando.
Este concierto o situación es post-industrial en muchos sentidos. Más sonidos-desjerarquización radical: si estamos interesados en el ruido, ¿por qué valoramos más un sonido que otro? La sinceridad y lo íntimo se van convirtiendo en nuestros instrumentos, mientras reflexionamos constantemente sobre lo que hacemos. Tanto las raves como el RRV son referencias claras. Al mismo tiempo hay grandes diferencias. Aunque este sea un espacio temporalmente okupado, aquí no hay una separación o distanciamiento entre música y convivencia: todo lo que hacemos produce sonidos o nos hace reflexionar acerca del sonido, unos más que otros. Hablamos, nos movemos y constantemente escuchamos. Tal vez, en algunos momentos somos más conscientes de las características estéticas específicas en cada sonido. En otros momentos, en cambio, escuchamos de manera práctica y no tan atentos el carácter estético. Ya que la vida sigue y tenemos necesidades que la escucha no puede llegar a satisfacer por largos periodos de tiempo (por ejemplo, cuando tenemos que comer). Los cuerpos cada vez más sucios. Mi madre me pregunta preocupada: ¿cómo hacíais para ir al baño? Más fácil imposible, te pones en cuclillas (en inglés squat) y haces tus necesidades. La grabadora capta el sonido del esfínter anal despidiendo el excremento, el cual queda depositado sobre el suelo de la fábrica. A nadie le importa. Algo ordinario. Un sonido como otro cualquiera, un sonido mierdoso, ruido, ruido proveniente de mi cuerpo. No necesito instrumentos. Me quedo con un poco de mal cuerpo por haber grabado esto: ¿es acaso demasiado íntimo este sonido? ¿Demasiado vulgar? ¿Demasiado obvio? Me acuerdo de Spinoza: ¿qué puede hacer el cuerpo? También me acuerdo de G.G Allin. La vida como improvisación, la grabadora captando la vida. ¿Acaso hay algún problema o contradicción al estetizar esta convivencia, al proponerlo como un concierto de improvisación o al documentarlo con una grabadora y hacerlo público más tarde? Tal vez, pero, al menos, nos ayuda a recapacitar sobre las posibilidades de la práctica de la improvisación, más allá de ciertas convenciones: ya sea la necesidad de instrumentos o de un contexto como el de un concierto (con la economía y público que requiere). Aquí no hay división entre músico y audiencia. Se habla del arte conceptual.
Me acuerdo de un comentario de alguien que dice que sería más interesante que los artistas transmitieran sus trabajos directamente mediante un concepto que todo el mundo llegase a comprender en cualquier momento, más allá de los materiales y de la abstracción de las formas que pueden resultar más difíciles de entender por gente que no tenga conocimiento específico acerca de este tipo de prácticas (ya sean musicales o artísticas). Que la idea se sobreponga a cualquier realización. No sería como el arte conceptual, sino que alguien expresaría la idea y las intenciones directamente sin necesidad alguna de producirlas de ninguna manera (vamos, que Lawrence Weiner no tendría que realizar los textos tipográficos, sino simplemente describirlos conceptualmente). Pero tenemos cuerpos. Depende de dónde y cómo experimentes el concepto, te hará reflexionar de maneras muy diferentes. No es lo mismo leer en tu casa (en la esfera privada llena de seguridad y confort) las palabras que describen un concepto, en una institución donde la mayoría del público tiene cierta educación y poder adquisitivo (por esto, no sientes ninguna sensación de riesgo o peligro) o hacerlo, por ejemplo, en esta extraña situación, a la luz de una vela, en este edificio medio destruido y con los murciélagos como compañeros de noche. Unx está mucho más susceptible y el cuerpo es más frágil, más vulnerable. Nos necesitamos los unxs a los otrxs, el respeto y la cordialidad nos hacen aguantar las difíciles condiciones. Estamos viviendo algo especial y todavía no sabemos lo que puede pasar. En esta situación, el mismo concepto podría ser interpretado de maneras muy diferentes. Nadie nos ve. Como se ha dicho antes, la percepción se amplifica, todo cobra mayor importancia, para bien o para mal. Hay veces que estamos asustados y otras que sentimos cierta liberación. En cualquier momento esto se podría haber convertido en una trasgresión total: una gran orgía explorando nuestros cuerpos de maneras diferentes a las que estamos acostrumbradxs. Todo podría haber pasado sin que nadie se enterase. Un posible secreto entre nosotrxs. Quién sabe, si fuéramos fanáticos del Black Metal y discípulos de las Bestias de Satán, aquí podríamos haber torturado a una pobre víctima o incluso hacerlo entre nosotrxs mismos. Pero no, no follamos. Aquí hablamos de manera muy informal pero respetuosa y afectiva.
extrañas chimeneas, tubos inexplicables,
su función se nos escapa y ya no existe
invade su nueva carne el mundo de lo imaginario
como un espacio arquitectónico recién brotado de la mente de Borges
sin mediaciones, directo, real,
con la intensidad de los sentidos expandidos
A media mañana llega una persona nueva, tomamos café y charlamos sin parar. Hablamos de “sinceridad” y “honestidad”. Ella dice que no entiende qué es la honestidad: una persona puede ser muy sincera pero no haber hecho un gran esfuerzo en deconstruir los dispositivos ideológicos que reproducen ciertas estructuras de poder, aquellos que mantienen el status quo. Lo que para unx es un ejercicio de libertad, para otra persona puede suponer un acto de opresión. Si no has sufrido esta opresión en tu propio cuerpo, no te das cuenta de lo que puede suponer. No te das cuenta del poder que ejecutas mediante ciertos actos, palabras, movimientos, gestos, etc. No te das cuenta de tu situación privilegiada. La espontaneidad como una forma de expresar ese privilegio, sobre el cual no se ha reflexionado, se convierte en una relación de poder. Hablando de todo esto nos damos cuenta de los problemas que existen en la supuesta libertad que la improvisación y el ruido ofrecen. Discutimos sobre cuestiones de género en relación a la improvisación y el ruido. Estamos de acuerdo que normalmente hay poca reflexión sobre estos temas. ¿Quiénes se pueden permitir hacer ruido? ¿Quiénes pueden permitirse expresar su libertad? Gente que está en situaciones suficientemente privilegiadas. Una erudita feminista explica como el hablar en voz alta a todxs (y a nadie) es “masculino”, mientras el hablar de unx a otrx, entendiéndose mutuamente, percatándose de los otros cuerpos es “femenino”. Lo primero me hace pensar en un músico tocando su ordenador encima de un escenario dando la impresión de que le da igual lo que suceda a su alrededor. Históricamente, el hombre ha sido quien ha podido expresarse en la esfera pública, mientras que la mujer lo ha hecho en la esfera privada. El hombre podía estar en soledad y meditando, contemplando y reflexionando, mientras que la mujer se tenía que encargar de reproducir, o como Leopoldina Fortunati diría acertadamente, producir la futura fuerza de trabajo.
La apertura de lo que hacemos esta condicionada por los aspectos materiales y temporales que hemos establecido. Dentro de ella intentamos una igualdad radical, tanto a nivel sonoro como en términos de relaciones. Todo al mismo nivel, tanto los sonidos de los coches o de los cristales rotos o de la guitarra o nuestras frases, como nuestras relaciones con el espacio. Alguien puede mencionar (respecto a lo que estamos haciendo) la estética relacional, en la cual las relaciones sociales y su contexto son tomadas como material de producción artística. Hay varias cosas que nos diferencian de la estética relacional:
1) La falta de autoría.
2) Tenemos interés en el ruido: aquello que no tiene valor estético, aquello que a otras personas puede parecerles insignificante, aquello que no se quiere. Nosotrxs lo apreciamos sin hacer distinción de si es algo creativo o no.
3) La participación aquí no funciona como moneda de cambio, sino como necesidad de convivencia. Una vez que entramos en el edificio, estamos todxs en igual relación a esta situación particular, al contrario de si esto ocurriese en una institución, en la cual, unx puede tener ya un cargo. O incluso en un gaztetxe, donde hay gente que ya esta habituada al espacio y tiene ya establecidas ciertas maneras de relacionarse con él.
Hacia media tarde, la persona que había llegado por la mañana se ha ido y también la que llegó ayer para dormir. Pero vienen otras cuatro de Bilbao. Cuando llegan empezamos un concierto; nos juntamos en un punto de la fábrica desde el que “arranca” y quedamos al término de dos horas en el mismo punto. Paseamos libremente por la fábrica que es inmensa y llena de recovecos. Rompemos cosas, golpeamos, pisamos, rasgamos, gritamos y, al final, nos encontramos. La sensación de intensidad que sueles notar en un concierto no es tal aquí. Y no porque no haya sido interesante, sino porque en el contraste con la intensidad de la experiencia total de habitar ese espacio en grupo, este tiempo de música queda por debajo. Al terminar el concierto dentro del concierto, llegan otras cinco personas que nos han encontrado por Internet. Organizamos una especie de espacio con bancos para estar y nos sentamos juntos a hablar. Son arquitectos y la ocasión se nos presenta como una oportunidad interesante para sacar muchos temas, preguntas e intereses que se nos están planteando. Sobre todo, problemas de habitabilidad en un espacio abandonado. Hablamos de la arquitectura industrial, de la reutilización de espacios y de cómo estos nos afectan, de cuáles son los mínimos necesarios para habitar un espacio. Se nos hace de noche y decidimos ir con ellos a comer algo a un bar cercano.
sonido de insectos, exuberancia
un drone continuo emana de la autovía aérea férrea patriarca del paisaje
sobre la ciudad de Eibar
como en Blade-Runer o en una novela de Ballard
hacia el otro lado un baserri
parece desafiarla, imponente
forma parte ya de la montaña
su materia diferenciada en la forma
de las piedras cortadas ya no se distingue
y hunde sus raíces en el flujo tectónico
unas vacas pacen y generan melodías involuntarias
de sofisticados algoritmos, permutan su deambular
al ritmo de las variaciones
magnéticas de esas mismas entrañas
Allí seguimos con las conversaciones, mientras comemos unos huevos con txorizo que nunca han sabido tan buenos. También bebemos. Cierran el bar, así que, se le pregunta al camarero si tiene un licor fuerte para llevárnoslo. Nos trae una botella de orujo casero. Como comprobaremos más tarde, es fuerte, muy fuerte. Volvemos cuando ya es totalmente de noche y estamos un poco borrachos. El primer día se nos hizo de noche dentro del edificio pero, esta segunda vez, ha sido diferente porque volvemos del bar cuando ya es de noche. Entonces nos vemos en una situación nueva, el acceso y el sitio están realmente oscuros, como en una película de miedo. Recorremos a oscuras el tramo que nos queda hasta nuestro espacio, los sonidos de las pisadas y de las voces son mucho más intensos ahora. La velada antes de dormir es interesante, empiezan a salir cada vez más y más temas motivados por nuestra estancia en el espacio. El espacio activa nuestras palabras. Discutimos de muchas cosas como la individualidad y lo colectivo, las clases sociales, otra vez el género, el software libre, el 15M y el cambio social, etc. Mientras bebemos nos desinhibimos y nos contamos cosas íntimas, muy íntimas. Al final nos quedamos dormidos, esta segunda vez, mucho más profundamente que la primera.
Es como si el espacio fuera ya mucho más nuestro. Como nos ha dicho uno de los arquitectos que ha venido por la tarde, “si no puedes adaptar el espacio a ti, adáptate tú al espacio”. Y esta adaptación pasa por un nivel material obvio, del que nos hemos ocupado ya (ordenar, limpiar, distribuir las cosas, etc.) pero, en esta segunda noche, vemos como si psicológicamente hubiéramos dejado de preocuparnos por muchas cosas como la suciedad, los ruidos, etc. Como si hubiéramos hecho mucho más nuestro el espacio entendiéndolo y dominándolo de alguna manera psicológica. Dormimos casi de un tirón. A la mañana, empezamos a notar el cansancio, aunque también la adaptación. Desayunamos juntos mientras seguimos hablando. Es ya una discusión fragmentada pero continuada la que tenemos a estas alturas.
Vamos generando un lenguaje en común. Esto es algo que continúa mientras escribimos colectivamente este texto. El tiempo va pasando, al principio lentamente y, a medida que nos vamos habituando, cada vez se hace más rápido. Hasta que llega un punto en el que la mierda nos incomoda. Cada vez se nos hace más familiar el espacio pero también se vuelve cada vez más claustrofóbico. Se nos pasa la mañana y, cuando vemos que nadie más va a acercarse, decidimos ir nosotrxs a unas rocas, en Itziar, y bañarnos en el mar. El contraste es brutal, de pronto, de la suciedad y el ambiente industrial que hemos habitado, pasamos a un paraje natural. Bajamos por un bosquecillo fresco, respiramos ese aire limpio que nos da salud. Comemos un bocata en la playa y nos bañamos. Es como una recompensa, casi como volver a nacer o, más bien, como volver a nuestros cuerpos. El agua está muy salada pero nos encontramos más limpios que nunca. Comentamos un poco nuestras impresiones sobre estos tres días juntos, los problemas, las posibilidades para el futuro. El sentimiento de unión es fuerte, como la complicidad de unos músicos después de improvisar juntos, pero multiplicada por cien. Hemos cambiado de espacio pero sentimos que arrastramos con nosotrxs una fuerza especial, una fuerza que nos puede llevar a muchos sitios que no hemos previsto. Nos despedimos, nos separamos. No hay aplausos.
siempre nos habían dicho que no inundáramos tejados
incluso que si lo hacíamos que los rellenáramos de peces
para que no crezca la nada y rebroten del fango los arbustos
y todo se convierte durante la noche en “la zona” de Tarkovski.
sólo en Eibar inundan los tejados de las fábricas
aislante térmico que ahorra lagos de petróleo y guerras en Libia
también nos contaban los gitanos que eran los únicos que tenían llave
y hacían hogueras, que como combustible echaban cientos de radiografías
de los pulmones de los antiguos obreros, incluso tenían médico y
exámenes regulares, todos morían de forma natural a los 66 años
reduciendo el gasto público, ahora como somos artistas, utilizaremos
sus radiografías como artwork del disco Improkup! 40 horas en la zona
un gran hermano con zombies y olor a café y lulas
Un grupo de gente, en Septiembre, 2011